El béisbol, las empresas y las decisiones que definen el destino
El béisbol, como la vida y los negocios, se define muchas veces en una sola decisión.
En la reciente serie entre los Marineros de Seattle y los Azulejos de Toronto, el séptimo juego fue una muestra perfecta de cómo un instante de duda o exceso de confianza puede cambiarlo todo.
Toronto perdía por dos carreras. El ambiente era tenso, la presión altísima. El pitcher de los Marineros comenzaba a mostrar señales de cansancio: lanzamientos erráticos, pérdida de velocidad y un visible agotamiento físico.
Era el momento de actuar con cabeza fría.
Sin embargo, el manager de Seattle decidió traer al relevo a un lanzador que la noche anterior había tirado dos entradas difíciles, con poca precisión y un evidente desgaste.
El resultado fue tan predecible como doloroso: Springer conectó un cuadrangular de tres carreras, volteando el marcador y sellando el pase de Toronto a la siguiente ronda.
Un solo lanzamiento cambió el rumbo de la serie. Pero, más allá del deporte, esa jugada encierra una lección que muchas empresas parecen olvidar.
Cuando las emociones sustituyen al criterio
Así como un manager debe leer el pulso del juego, los líderes empresariales deben entender el momento del negocio.
Sin embargo, con frecuencia ocurre lo contrario: se confía en personas sin la preparación adecuada, se toman decisiones basadas en lealtades personales o se mantienen en posiciones clave a quienes ya demostraron no estar a la altura de la presión.
El resultado, como en el béisbol, suele ser el mismo: se pierde el juego.
En el caso de los Marineros, fue una victoria que se escapó entre los dedos. En el mundo empresarial, puede significar la pérdida de un cliente estratégico, de un contrato clave o incluso del futuro mismo de la organización.
La confianza no se regala, se gana
Depositar la confianza en alguien es una de las responsabilidades más grandes que tiene un líder.
No se trata solo de creer en una persona, sino de evaluar su capacidad real de respuesta en momentos críticos.
El manager de Seattle conocía el desgaste de su lanzador. Aun así, decidió enviarlo al montículo, tal vez por costumbre, por confianza personal o por la ilusión de que “esta vez saldrá bien”.
Esa misma lógica se repite a diario en muchas empresas que insisten en mantener a personas no calificadas en posiciones donde se juega el futuro del negocio.
La consecuencia es la misma: cuando llega la hora de lanzar el pitcheo decisivo, fallan.
El costo de una decisión errada
Cada vez son menos las oportunidades para crecer, conquistar nuevos mercados o retener clientes.
Por eso, las decisiones deben ser inteligentes, frías y fundamentadas en el mérito y la preparación, no en la conveniencia o el afecto.
Las empresas que no lo entienden a tiempo terminan igual que los Marineros: viendo desde el dugout cómo otros celebran el triunfo que pudieron haber alcanzado.
El béisbol, como la vida empresarial, castiga la improvisación.
Y, al final del juego, siempre gana quien sabe colocar la confianza en las manos correctas.